(EB-28 setiembre 2009)
El silencio es evidente en madrugada, cuando acostado en mi cama solía y aún suelo meditar, consultar con la almohada y tomar decisiones. Fueron así dos “importantes decisiones” las que tomé en momentos de mi vida. La primera fue en 1953, cuando teniendo 11 años, decidí ingresar al seminario de los sacerdotes franciscanos. Luego de su aprobación, realicé un viaje hasta la ciudad de Arequipa (sur peruano), y me instalé en el Seráfico de Tiabaya, obra modernísima de arquitectura lograda con la actuación del Padre José Mojica, ilustre ex tenor mexicano, quien gracias a sus conciertos reunió los fondos para tamaña obra. En esa estancia siendo casi un niño fui inmensamente feliz.
La vida conventual era un exigente. Nos levantábamos a las 6 de la mañana, después del aseo personal nos internábamos en la capilla que estaba dedicada a la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe. Participábamos en la misa, cuya liturgia y lectura se hacía en latín. Después regresábamos a nuestro dormitorio común y realizábamos el tendido de nuestra cama y la limpieza del lugar, para entrar al refectorio o comedor y desayunar. Temprano aún iniciábamos nuestros estudios correspondiente a cada grado de la secundaria, sumado al latín, inglés, griego, quechua y español. Teníamos momentos de biblioteca, de juegos de salón y deportes, que se interrumpían a la hora de nuestros alimentos. La comida era de buena sazón, diría mejor que exquisita. Lo incómodo del momento era guardar total silencio, hablar sólo cuando la autoridad principal o sea el Padre Rector tocaba una campanilla y autorizaba a “romper el silencio”(será por eso que hablo tanto ahora)….Hice el primer intento de aprender a tocar el piano con Fray Pacífico Lazo un experto profesor de matemática a la vez que pianista. Pero más pudo mi interés por el teatro y el canto que practicaba con el Padre Mojica.
Era clásico en Semana Santa desde el coro de la iglesia de San Francisco de Arequipa, mi voz blanca interpretando parte de la zarzuela “La Dolorosa” a dúo con el famoso tenor Mojica. Los días jueves era libre, salíamos a recorrer la campiña arequipeña, con ropa deportiva y escalábamos cerros, pasábamos ríos acompañados de una bola de chancaca, que era el energético acostumbrado en la zona. La verdad que nunca me hizo mucha gracia el caminar, correr y sacrificar mi carente musculatura en tareas ajenas a mi pensamiento místico. Un día aprendí a no sentirme bien del corazón, me aterraba los continuos temblores, y extrañando a mis padres y hermanos, la nostalgia me hizo regresar a la capital para integrarme a un colegio privado. La vocación religiosa quedó para posterior ingreso a la Orden, pero en ese momento el arte me ganó en sus filas.
Otra importante decisión fue la que tomé en setiembre de 1970, tenía 28 años cuando abandoné mis actividades docentes con una “licencia sin goce de haber”, y emprendí una gira artística, cultural y educativa por los Países del Área Andina hasta los Estados Unidos de Norteamérica, con el fin de realizar estudios de mi especialidad en una universidad norteamericana, gracias a una invitación de amigos de la Orden Jesuita. Era muy difícil salir del Perú, por la llamada “Fuga de talentos”. Gobernaba nuestro país el General Juan Velasco Alvarado, de cuyo pésimo gobierno hablan mejor los historiadores. Entonces viajé a Trujillo donde inauguré una exposición de pequeñas pinturas en tarjetas de navidad gracias a que conocí a doña Inés Guerra de Guijón, ilustre dama chiclayana afincada en esta ciudad norteña, dueña hasta hoy de la “Librería Peruana” en Calle Pizarro. Días después estuve en mi tierra natal (Piura), para inaugurar una exposición en el Club Grau…de allí llegué a Guayaquil e inicié un periplo que me llevó por mucho tiempo por ciudades importantes de América toda. Estando en Ciudad de Panamá, conocí a una guapa mujer vinculada al arte llamada Gladys Isaacs. Ella era muy elegante, culta, sencilla, importante, y con una coquetería que encandila a cualquier mortal…pero lo más interesante, es que ama el arte y la belleza hasta hoy… En dos meses de tratarla nos casamos y luego de regresar del viaje de bodas de San José de Costa Rica, vivimos unos meses en Panamá y en el crucero “Giuseppe Verdi” durante varios días navegamos de Puerto Cristóbal a Puerto del Callao….esta vez interesado porque nuestra hija naciera en territorio peruano, volví al terruño.
Sin duda otros momentos existen en que he tomado decisiones drásticas para irme lejos, pero debo confesar que ningún lugar es mejor en el planeta que nuestra propia tierra, nuestra gente, nuestra historia…hasta la risa y las lágrimas tienen un sello característico en tu territorio…El Perú me hace respirar como ser humano, me hace sentir que aquí está el principio y sin duda alguna, seguro…aquí será el final…..
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